julio 04, 2008

Las pequeñas desventuras del niño asador.

Ningún hombre se preciaría de tal si no supiese hacer un asado, tomarse un buen vino y erutarle el retruco a un amigo en la cara mientras las mujeres lavan los platos.
Parece ser cosa complicada el asado. Con todas sus técnicas y todos sus secretos, todos válidos, todos falsos; una curiosa similitud con las indicaciones de un buen lugar de pesca que cuenta un pescador lugareño (¡pero como!, ¿no pesco nada? ¡Pero si fui yo hace do hora y enllené el balde! ¿Con que encarnó? ¿Pero fue ahí al lado de la curvita? etc.); jamás el pescador revela su lugar de pesca, le indica al citadino un lugar pintoresco pero seguramente sin ni siquiera un pique de mojarra.
Encuentro en los runrunes del asador mucho de eso, luego de dificultosas experiencias se aprende que hay 3 o 4 reglas básicas y todo lo demás es cuestión de meterle magia propia. Pero no es del asado de lo que quiero hablarles, si no de las mil pequeñas cosas que podrían salir mal y que generalmente salen mal. No nos arruinan la vida pero la encarajinan lo suficiente como para que dejemos alrededor de doce pesos en la lata de los insultos, a medio peso la putiada.
Voy a dejar de lado obviamente cualquier asunto inherente a la humedad, a la falta de papel o madera; eso es culpa del descuidado y no puta casualidad de la vida.
Saca el diario y empieza con eso de hacer los bollitos, ni muy apretados, ni muy abiertos; las hojas ya no se separan con la facilidad que se separaron aquella helada mañana de junio cuando se le cayó el diario mientras servía el café, (negro, bien cargado). Ese fue el primer gran problema, ese diario ya venía putiado, receloso, vengativo. Los bollos jamás tendrán el diámetro original que usted planeó. Siempre se van a agrandar lo suficiente como para que tenga que apretarlo dos veces, no sirve apretar de más intentando calcular la expansión, no hay fórmula ni estudio que determine esa variación.
Establecido el piso de maderitas para empezar a apoyar el carbón, todo marcha de maravillas y a tiempo. Cuando abre la bolsa se encuentra usted con que el pedazo mas grande es del tamaño de la uña del meñique de su niña pequeña (pruebe leerlo rápido y de corrido). Eso representa un problema feroz, primero porque se hace lento y complicado el acomodamiento del combustible, y segundo porque le va a durar prendido lo que dura un pedo en una canasta de mimbre. Compre el carbón en una verdulería y se ahorrará los 4 pesos de putiada.
Si usted está ahora camino a la verdulería para suplantar el carbón no se preocupe, a mi me pasó más de una vez.
Bien acomodadas las piedras ignifugas usted no tiene el encendedor encima ni sabe donde lo dejó. Encontrado lo buscado, arranca usted a prender los bollitos, y va a ver que, primero siempre va a encender el que más cerca se encuentre de su panza y segundo, los bollitos de atrás jamás encienden en el primer intento. Cuando usted le insista un poquito se va a quemar con los otros bollitos que ya agarraron. Mientras verifica que los renegados agarren, sus ojos se llenarán inmediatamente de humo y se le amorcillarán en el acto. La zona de la parrilla (terraza, quincho, living, o donde sea que tenga la parrilla) se transformará en una nube blanca, y su mujer le había pedido que descuelgue la ropa de la soga antes de empezar con el fuego, y usted no lo hizo. Y ahora usted está corriendo por el parque con sus ojos de morcilla, imposibilitado de ver, con las manos negras por el hollín de la bolsa descolgando la ropa limpia para que no se llene de olor a humo. Su mujer se entera, y le indica que le avisó de esa operación antes de encender el fuego, y mientras revisa la ropa descubre que usted no se lavó las manos y ensució toda la ropa limpia. Y usted mira sus dedos gordos del pie mientras lo cagan bien a pedos y maldice en silencio. Cuando su mujer dejó la zona de humo, usted decide defraudar a la lata de los insultos y aprovecha para sacarse la bronca que le da tener que descolgar la ropa si no fue usted quien la colocó en ese lugar.
Con todo este revuelo usted no se dio cuenta que el fuego ya está encendido a pesar de todas las inconveniencias está en condiciones de encarar la limpieza de la parrilla, que no lavó del último asado, a pesar que en el ante último asado se juró a si mismo limpiar la parrilla después de comer mientras todavía esta caliente.
Usted es pobre, tiene esa parrilla en V con la canaletita para juntar la grasa; no tiene parrilla de caño redondo de acero inoxidable. Pero se compró el cepillito de alambre, así que con el atizador (que hacía yunta con el cepillo en la oferta) acomoda unas brasitas debajo de la parrilla, pero un poco de grasa se había chorreado sobre el mango y usted abrazó fuertemente ese mango; aprieta los dientes y dice que se lavará las manos más tarde y mientras baja la parrilla a nivel se da cuenta, por el inesperado baldazo, que los días anteriores hubo lluvia, y la canaletita hace rato tiene tapado el desagote, y con la lluvia se lleno de agua, y con el tiempo de exposición el agua se mezclo un poco con la grasa acumulada. Desembolsa 4 pesos más en putiadas. Y ruega porque a su mujer no se le ocurra salir justo en ese preciso instante en que usted chorrea (literalmente) grasa desde el ombligo de su camisa nueva hasta el mocasín de gamuza color caqui que le regalaron el día del padre.Habiéndose salido con la suya, se consigue un tachito para desagotar esa canaleta, y como no encuentra nada a mano decide primero pasarle el cepillo para sacarle la grasa y ya después, más tranquilo, practicarle la sangría al riachito. La parrilla se hamacó alejándose de usted producto de un pedazo de grasa que le hizo de cordón al cepillo que se iba raspando la mugrecita con un brío innecesario. Cuando volvía la parrilla usted ni lento ni perezoso la frenó en seco con la palma de su mano como aquél superhéroe que detiene la bola de fuego a 1 milímetro de su blanco, pero claro, la canaletita todavía estaba llena de aguagrás (60% agua 35% grasa vacuna quemada 5% ceniza y ramitas) y usted en posición de “pare”, no pudo evitar el tsunami. Es probable que ese pantalón no pueda volver a usarlo. La próxima vez, acuérdese de usar delantal.
Por suerte la canaleta está casi vacía ya, el único problema que lo separa de poner la carne en la parrilla es el río que corre a sus pies, y lo soluciona tierra robada de una maceta. Momento de poner la comida.
Aparece su mujer. Distraído por una nueva cagada a pedos sobre su aspecto y sobre lo innecesario de hacer un asado con ese atuendo ve rodar los chorizos parrilla abajo y caer sobre el lodazal ya pisoteado. Insulta producto de ambas desgracias (el lodazal y el parloteo lindero) y como hay testigos, no puede hacerse el boludo y deposita dos pesos en la lata.
Acomoda la carne, hueso para abajo como le enseñaron, y lamentablemente el carnicero ese día andaba nervioso, porque la tapa de asado es mas ancha y produce el escorado de la tira, y ahí si la va a tener complicada.
Le pone un poco más de ritmo al asunto y se da cuenta que va a necesitar mas fuego, la perdida de tiempo por los inconvenientes y la rotación del viento han tirado su rendimiento calórico al tacho. Vuelca el resto de la bolsa y ruega por que las 5 brasitas que quedaron enciendan 3 Kg. más de carbón.
El resto del asunto transcurre sin mayores contratiempos probablemente empañados por la alta ingesta de alcohol. Algún que otro contratiempo con las únicas brasas encendidas que fueron a parar al fondo de la carbonera, pero nada que no supere los 3 pesos de improperios.
Cuando pega el grito de “a la mesa” se da cuenta que no tiene a mano la fuente para llevar la comida.
Cuando finalmente se puede sentar a comer se da cuenta que la aventura duró mucho mas de lo que usted había planeado (por lo menos el doble), no queda nadie en la mesa, la comida esta fría y ya no tiene ni ganas de comer y mucho menos de cumplir su juramento de limpiar la parrilla después de comer.
El mundo del asado es así mi amigo, no es para cualquiera.Por eso yo, cuando mi amigo me dice “truco” saco suavemente mi eructo de nariz y me voy al mazo con el puntito del tanto no querido.